Francisco Villa nació
en la sierra duranguense
y el sol así despertó
aunque a muchos esto pese.
Una cosa yo les digo
de este Centauro del Norte:
Arango fue su apellido
y Pancho era su mote.
De quince años vengó
el ultraje de su hermana
y en el monte se escondió
de una sangrienta venganza.
Fue un maderista rendido
y de brillantes ideales,
a los pobres defendió
y sus causas fueron leales.
Despertó en Carranza celo
por sus batallas de ensueño
y a los pelones de Huerta
los hizo correr de miedo.
Ganó batallas cruciales
con sus cananas cruzadas:
Tierra Blanca, Ciudad Juárez,
la emboscada de Chihuahua.
Su genio así aderezó
en la lucha de Ojinaga,
en Torreón nos convenció
su fama muy bien ganada.
Y fue en Gómez Palacio
del catorce su grandeza,
al vencer de nueva cuenta
con ingenio y gran destreza.
Y faltaban todavía
de Saltillo mil emociones
y en el cerro de la Bufa
el ataque de cañones.
En Zacatecas triunfó
su encarnizado talento
y a todos nos regaló
su patriota sentimiento.
Fue una batalla sonada
con Felipe el artillero,
la que Villa así ganó
para vengar a Madero.
A don Pancho le debemos
el ataque más genial:
en Columbus los veneros
de este bravo general.
Y aunque perdiera en Celaya
y en Agua Prieta también,
mexicanos de esta talla
quisiéramos más de cien.
Los patriotas hoy debemos
en Villa tener un nido,
de los ideales supremos
de este México sufrido.
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