Crepúsculos tan blancos como leche de diva,
los vi siempre en mi infancia de azul de lejanía.
Horas... divinas horas, segundos mortecinos
hoy danzando al compás de mis cansinos trazos.
Cuando se fue la luz de aquella mi inocencia,
en ferias pueblerinas de mi vergel dormido…
Olí a la distancia las rosas y aquel río,
las mujeres perfumadas y el blanco caserío.
Inocencia en el rumor, en los besos perdidos.
Furia de muchos perros y lejanos ladridos.
Las aves anunciaban la tarde en su llegada
Y el alma canta… canta, con doliente mirada.
Tantas auroras idas en esas agonías,
tantas rosas marchitas, fulgor de medio día.
En mi recia juventud volvieron las auroras
con luz y fiestas miles de tiempos más gentiles.
Eran duelos de hamacas tejidas como lienzo
La voz de la simpleza… agreste al ansía mía.
Crepúsculos tan grises como arca desdoblada,
pues en tinieblas de amor… el viento se desviste.
|