Hoy estoy consciente de mis naderías, de mis palabras y de tantas cosas que dice la poesía.
Hasta una crinolina de mujer es tema para cantarle a la novia de juventud. La sinuosidad de una cadera y los ojos grises de un gato, son odas y nocturnos literarios.
Me encantaría llenar un camión de veinte toneladas con mis poemas y llevarlos por los surcos para sembrarlos sin tocar la tierra. Tirarlos en los estadios deportivos como volantes, en papel picado de las ferias septembrinas.
En esa hipótesis a los árboles crecerían palabras, frases iluminadas del equipaje del tiempo y en lugar de naranjas o limones nos darían metáforas y luego -para divertirnos un poco- la filosofía de los aromas y el canto de la tarde plagado de cigarras.
En lugar de pasto y vertientes grises los cerros y las laderas iban a lucir acentos siempre verdes, puntos y comas con grillos, signos de admiración salpicados por el agua de las ranas y asonancias sutiles. Del cielo lloverían disolutas frases y el mar tendría por peces a las rimas y las sirenas en lugar de cola con escamas llevarían abajo de la cintura lindas piernas unidas con una cremallera.
Los caminos serían como cabellera de mujer, sedosos y brillantes, siempre majestuosos; los parques en vez de flores lucirían besos húmedos, y los valles tendrían en lugar de paja bellas consonancias y los matices de una sonrisa. Las cárceles estarían prohibidas ante la ausencia de delitos y en los hospitales a los enfermos les leerían todos los días las mejores frases de los antiguos poetas en lugar de darles medicinas, para curarlos prontamente.
La arena más fina, el agua de las mareas, las tempestades y hasta el cielo iban a parecer entonces redondillas y ovillejos de Sor Juana Inés de la Cruz, liras de Lope de Vega y sonetos de Julio Herrera y Reissig.
A los muertos en lugar de enterrarlos en los panteones los esconderíamos en los anaqueles de olor a naftalina junto a los libros, pero de preferencia junto a la Biblia. Los cuentos infantiles estarían aderezados con las fábulas de Esopo y de Samaniego.
Estoy consciente de mis frases y palabras huecas y de mis retorcidos pensamientos. Pero para ser feliz se las regalo al viento.
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