Cuando entre los pasillos de la mente
la fe ya se convierta en su ceguera
sin preguntarme el cómo de mi ojera,
es que algo anda fatal en mi consciente.
Porque también resulta deprimente
saber que nada superior me espera,
por revuelta que esté mi cabellera
para que Dios me vea diferente.
Allá vayan mis tácitos cumplidos
para quienes creer es la salida
sirviendo a este mundo con agrado,
donde sin rechazar mis apellidos,
también busco el calor de la acogida,
ya libre de vivir crucificado.
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