Poema dedicado a mi culto amigo Enrique
Soto Izquierdo, campeón internacional
de oratoria en el año 1957.


Cayeron las palabras en cascada
como hojarasca al viento
en el silencio de la sala absorta
para que fuera al cabo el sentimiento
la nota substanciada.

Así el orador brinca al escenario
con rictus elegante,
ademanes y voces de finura
y la gente lo escucha diletante
hablar con prestancia y sin premura.

Los temas se evidencian embriagando
a todos los oyentes
y mientras se modula la voz y la figura
la retórica rompe el aparente
fluido de espesura.

Palpitan en la sala los resabios
de la emoción urgente
y el orador que lleva ya en los labios
la mies que se presiente
sacude con su arte los estadios.

Hablar de sinsabores ya no espanta
ni al noble ni al soberbio
y los temas abundan en lo impío,
cuanta ansiedad sin miedo
en la sinopsis del solar sombrío.

Llenar con emociones los espacios
de gozos y tormentos,
pintando con placer, tal vez agravios
en el contraste incierto
no es asunto de lerdos ni jumentos.

El orador desgrana florilegios
en temas tormentosos
y derrama crespones justicieros
a veces venturosos
vibrando a la sazón con sus arpegios.

Si, cuántas emociones seducidas
saca a flote la voz
del ardiente orador que da su vida
en batalla precoz
de las ideas nunca reprimidas.

Cuanta luz en el parto de experiencia
de la balada fina
y cuanta sobriedad en la evidencia
de la verdad supina
que viste sus ideas y su presencia.

Sacude el orador las alabanzas
de la aventura incierta
y dirige sus picas y sus lanzas
a la incendiada puerta
que se cierra al honor y a la templanza.

El orador remata su elocuencia
en claro vendaval
y las palabras corren como ciencia
preclara e inmortal
en el pendón del alma y la conciencia.

Julio Serrano Castillejos