Lloré al orto de esa luz sombría,
si, al paso de un cuerpo amortajado,
la espina del dolor, la noche fría
en los tiempos rendidos del pasado.
Y lloré también así toda agonía
del íntimo pudor enajenado,
la rosa que en tu cuerpo se entreabría
con el toque sutil y fatigado.
Ya no lloro a mis épicas espigas
ni a la penumbra azul y misteriosa,
en la vida mordaz de mis fatigas...
del sismo contumaz y milenario
en donde solo la virtud reposa
en la cumbre radiante de tu ideario.
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