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RESPUESTA

I
Sexo: testimonio del instinto donde duermen
–muerte pequeña y estática–
los árboles de mi jungla asfáltica,
los ángeles de mi credo en una noche
de pasión sumisa y redención enana;
los grados eternos en que el hombre
da vueltas al amor sobre la hoguera,
en que cada caricia enciende
su fogata; los instantes mismos
donde vive y muere el cataclismo
de nuestra herencia milenaria.

Sexo: con sus deseos robusteciendo
el nocturno eterno de tus besos;
o talvez miento, pues son los míos
quienes troncharon su sabor
muriéndose a poco, lentamente,
sobre el parapeto.

Es él quien ahonda sobre aquéllos.
(La roca no es roca si no anuncia
su auscultación de los diversos guetos)

Es él, irreverente recuerdo, quien advierte
la función procesal de algunos versos.

Poema que transgrede redes y circuitos en su envío,
se palpa, siempre, con su tema en el desierto.
No claudica ni rezonga, su razón es la que aguarda
ocultándose donde el tiempo.

Y entonces preguntas por un sábado incierto, fortuito,
cuando la luz era enorme y yo estaba, hecho madeja de palabras,
en otro sitio.
(Perennemente ajeno)

La lejanía nunca se vio malsana. Es simplemente
un rasgo precoz de los inicios en que fuimos,
sin quererlo, encontrados en un trigal
en donde abundan los falsos y los sardónicos,
ladrones y mentirosos dos-caras,
o los salomónicos inscritos
en una comunión de leal gente
que sigue los designios
de la rectitud legada.

Y ahora somos la afinidad de dos mundos paralelos.


II
No sé ni entiendo cómo esperas que lo diga.
Es un astro borracho, deambulero y calizo
que suele engañar con sólo verle
en la celestial cubierta.

Por él jamás sentí lo que los bardos
recitan en la taberna, a la espera de una jarra
aérea, que contenga los néctares de las humanas premisas.

Por él, cuando baila, se revuelcan
los orbes iracundos de los hombres, y es que dictas
un cielo que no cielo y que a más esconde
los secretos femeninos de sus fosas,
sus arenas y sus piedras – luminar cobriza;
porque yo desconozco esos rincones,
porque tu luna es diferente de la mía.

Dame dos segundos y verás que responde
el espíritu guerrero y montaraz
que en mi esencia habita;
pero no, prorroga esas sentencias, no sabrás,
aunque te enuncie verdades y hecatombes,
lo que oculta la trasnoche sombría.

¿Ya hueles el polen? Un ruiseñor lleva en el pico
el tallo de la rosa roja, y sus pétalos, húmedos,
se bañan en una emulsión de jades y amatistas.

Pues bien, lo intentaré de nuevo, y edicto:
¡Lunasa de varias proporciones, aunque te encuentras
nebulosa de mi vista, dime si fuiste
aquella noche tan grande como los faroles
de papel que se besan en la poesía!

Ya parlan aquí las muchas voces –besaré, besaré–
con su denuedo de canciones viajeras
que cogen rumbo al sur
para entregar este intento de réplica.

¿Crees tú que sin su ser la sustancia muera?
¿Imaginas que las botas truenan el cadalso?
(Lugar sin nombre)
¿A pesar de la distancia piensas que hay mausoleos intactos?
¿O sueñas odres hechos de pantalla entre la bruma?

Pues bien, sólo diré entonces,
boquiabierto por las luces del ocaso,
inmutable en el silencio de la escritura:
que no hay siniestro sin razón de cargo,
que la asunción de los paganos dioses
cubre con fuerza el alba etérea, y así,
aunque haya negaciones altaneras,
–en el trayecto virtual de las voces–
(sin saberlo)
seguirán por hoy apretujándose nuestras lunas.


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David Soules

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Publicado el: 28-11-2011
Última modificación: 00-00-0000



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