Con el color del poema que acabo de escribir,
vierto dos lágrimas para ti,
cuatro para apagar mi agonía y dos para rescatar la sed de mis sueños,
los cuales unidos a las arenas del reloj me llenan de desierto,
seco y solo,
plagado de sabiduría, agotado de poca vida,
con respuestas que el mundo ha olvidado o prefiere ignorar.
En la sequedad del aire se esfuman la humedad de mis palabras,
el eco de mis !te amo¡, no ha vuelto de tus labios,
el frió entumeció mis manos,
me amparo buscando que el desierto me abrigue en sus brazos.
Vuelvo la mirada hacia esos retazos sin consuelo,
reúno las hojas marchitas de mis sueños,
un día,
hace tanto tiempo ya,
ostentaron altivez y hasta orgullo en el júbilo de mis pies apresurados.
Una vida de dichas que jamás alcance,
mis carcajadas se volvieron sonrisas,
ojos brillantes y extasiados son hoy mirada tranquila y parca,
empeño y altivez mutaron en aplomo y cansancio,
quedan en mi el delirio,
esa llama encendida en un rincón del alma entre ardientes arenas,
un desierto que se extiende
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