De un sueño inmejorable
el sol meció la tarde en tus caderas,
que con su signo tienen
el toque transparente
que lucen en diciembre tus ojeras.
Y en esa tarde azul, ambivalente,
de sombras redimidas
cual marchitas violetas sentenciosas
de diáfanas deidades
flotaron en los lagos mis ruindades.
Esas ruindades que me dio la vida
en los jocosos ayes
de su destino airoso.
Destino que sepulta mi pasado
y luego con sus lágrimas te mira.
Y de una flor con vida
nació mi timidez serena y grata,
de mi ansiedad de amar
y queja de la noche que porfía.
Y qué fresco es el sueño
a la orilla del toque de tu pelo,
cuantas guirnaldas tiene
la cumbre tormentosa de tu pecho;
de ese pecho dormido
en fácil desazón de desvaríos.
No quiero despertar
sin el brioso corcel de tus pasiones
y así seguir mi sueño
en tono lisonjero
y luego ser de ti
el sol, la mies y el viento,
la faz de tus hechizos
y el estanco mayor de tus momentos.
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