El día en que perdieras a tu padre
lloró tu faz de quince primaveras
y fueron las primicias de esa tarde…
sentidas madreselvas
y lágrimas dolientes de tu espera.
La fuerza del destino sosegada
colgó el crespón de luto en tu tristeza
y quiso así la fuerza del destino
ensimismar la tarde
y ser de tu camino la pureza.
Restañaste los llantos funerales
en tu alma tan filial y jubilosa
y fuiste desde antes hija buena,
lucero de la vida
y gota que en la fuente persevera.
Y al desposar tu alma redentora
al hombre que cantara tu hermosura
llevaste en tu bagaje la inocencia
sensible y lisonjera
con gracia, suavidad y con lisura.
Cuanto sol, cuanta luz en tu figura
y en tu gracia los toques de la danza,
pudiste con tu fe, con la conciencia…
encontrar la verdad,
la faz de la virtud y la esperanza.
Y cuanta sobriedad me diste ahora
en los años adustos de mi vida,
con manojos que flores me regala
tu vientre bendecido
y un augusto mirar que te enseñora.
Promete restañar en tierra austera
el lecho de mis manos y mis días,
camina por la senda bienhechora
y cuida tu entereza
como árbol florecido de tu vida.
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