Asustada te vuelves contra el cielo
testigo de tu propia pesadumbre,
si entre el resentimiento y la costumbre
apenas queda gozo ni consuelo.
Quizás mis ojos tristes por el suelo
no supieron mirar la certidumbre,
estando tan cercanos se su lumbre
como del más recóndito desvelo.
Quizás no supe darme ni quererte,
ni tú lograste retener la huella
con la cual percibiésemos el gozo.
Por mi parte debía merecerte
dejando atrás el brillo de mi estrella
bastante más lozana que un sollozo.
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