El árbol portentoso de la vida
me dio el sabor de todas mis primicias,
la percha del olvido
en el dolor inerte
y la jugosa fruta sollozante.
De ese árbol corté furtivamente
el vendaje sutil de mis pasiones,
el manto del destino,
la hora edificante
y el muy pagano rostro de un quejido.
Su sombra cortesana
sirve de hinojos al hombre, a la mujer,
al pájaro que yerto en la montaña
sacude con sus alas la piel de su partida.
El árbol majestuosos de una herida
es fuente del aliento
y consume las frondas de los vientos,
el humo de la tarde
y el costo que llevamos en la vida.
El árbol no sacude su ramaje
si guarda un nido
y cubre con su sombra
al posible perdido peregrino
que en el alba busca
las huellas mas sutiles del camino.
El árbol es la guarda del destino
y en cada rama
reseca o bien con limo
va formando sutil el andamiaje
del tiempo y su partida
y nuestro paso audaz y peregrino.
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