Para no terminar tan resentidos
escuchando al primer y arduo desprecio,
es mejor no bajar a cualquier precio
el listón de la estima a resoplidos.
Pues dándonos contentos por servidos,
curramos sin descanso en el trapecio
buscando un aceptable y digno aprecio
que nos haga sentir agradecidos.
La ventaja en poner nuestros disgustos
sobre la mesa, sólo se comprende,
si queriendo huir de un mundo aborrecible
evitamos contratos tan injustos,
que ni siquiera nadie los entiende
porque muy fácil rozan lo imposible.
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