Brilló tu candidez de blanca rosa
en los pliegues de aquel nevado encaje
llevando los bordados de tu traje
los toques de la tarde primorosa.
Y quiso así la tarde… veleidosa
rotar la suerte en su fugaz chantaje
entregando a tus labios el brebaje
de manera procaz y mentirosa.
Si tus labios no saben del sulfuro
ni de espasmos feroces, masculinos,
ni de rosados y altos hierofantes…
estás muy lejos del sopor impuro,
de las garras feroces de felinos
y de abusos absurdos, vergonzantes.
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