Olvidar no podría al niño viejo
que en invierno, descalzo y sin abrigo,
gracias le daba al gofio y pan de trigo
que conservar lograban mi pellejo.
Fácil que por deporte no me quejo
porque de los abusos fui testigo,
tantos que en sueños todavía sigo
aborreciendo a quien me clave el rejo.
Pues sin afectos y de amarga cuna,
ateniéndome, claro, a la evidencia,
me parieron carente de fortuna,
y si observamos siglos de experiencia
poca gente supera la laguna
en la cual se conforma la conciencia.-
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