No pienso que me pierda un gran tesoro
al tomar el atajo más austero,
sin mochila, sin lujos, sin dinero,
enfrentándome a solas con el toro;
pero siempre viviendo con decoro,
sin temer de verdad al usurero
que portándose igual que un pordiosero
enterrado querrá morir en oro.
Y triste me resulta aún la espera
para ver que quien pague sus pecados
se confiese ante el pueblo arrepentido,
porque por fin destroce la barrera
que en ascuas mantenía a sus lisiados
lejos, en el infierno del olvido.
|