Luna y ángel tendrá tu cielo eterno
y siempre a tus pies
radiante orfebrería
de las losas del suelo mexicano,
las fragancias del tiempo
la luz del medio día
y las notas de un himno wagneriano.
Tu manto verde y de estrellas pleno
cubre la tierra firme, americana,
los siete mares,
las praderas del sur tan esplendente
y con la luz de tu mirada buena
en todos los altares
el dolor del indio… que te llama.
Guadalupe… mi madre celestial
y faz tan sorprendente
que en mi lecho de enfermo
es mi dulce visión hoy misteriosa
como el manto de yute
forjado desde el cielo
que al abrirse ante Fray Juan
dejase ver las primorosas rosas
del Tepeyac cimero
cortadas por Juan Diego.
Te llevo desde niño en mi coraza
que cubre el entramado de mi alma
por saber desde entonces
de esa cualidad
que es nido de esperanza
y cumbre salvadora de una raza.
Mi Patria te venera… Guadalupe,
en sus torres, catedrales y en ermitas.
Señora, madre mía,
te busco en mis momentos de tristeza…
pero a decir verdad con tus bondades
eres la fe mía
la estrella de mi oriente
el canto reluciente de mi lira
la paz de mis dolores
y el manto que cobija mi alegría.
No puedo concebir la Patria mía
sin tu nombre transcrito en sus portales,
en sus ferias, sus naves, sus mujeres
y en la cruz que acompañe mi agonía.
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