Porque a morir nos resistimos tanto
entre lamentos, rabia y sufrimiento,
se explica que vayamos sin aliento
por más que nos produzca gran espanto.
Y así nos disponemos entretanto
a exponer siempre todo el pensamiento,
distante de cualquier sutil tormento
que nos proteja del sagaz quebranto.
Porque el ego proyecta sus dolores
y graba sus heridas más abiertas
justo sobre la llaga que nos duele,
y más si se refiere a los amores
que a menudo terminan con reyertas
sin que exista avispado se las huela.
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