Está mi fiel caserío
enclavado en la cañada
junto al rincón de los gatos
y a una bonita montaña.
Tiene el calor ensartado
muy temprano en la mañana,
suspira flores de mayo
en cada linda ventana.
Es como el viento encendido
como luna que se apaga,
es la piragua del río
es como el fuego del alba.
Es de puertas de madera
en sus casas entejadas,
con pisos siempre muy frescos
y en los patios las zagalas.
En las cocinas los trastes
con fiambres y sus vituallas
y en el traspatio secando
cecinas y las hornadas.
Es de carretas añejas
que parecen desveladas
y sus secretos y voces
fingen lejanas campanas.
Es mi pueblo un almanaque
en su feria encapuchada
donde corren las pasiones
sin rasgar ni una baranda.
Los chismes son abalorio
que cuestan muy poca plata
y el honor del buen vecino
es aroma tamizada.
Mis amigos toman copas
con muy sabrosas botanas
y charlan entre canciones
a la luz de una fogata.
Hay solteros y casados
y algunos de buena crianza
pero por cierto ninguno
tirado a la vida ingrata.
Las mujeres de mi pueblo
de caderas siempre anchas
son graciosas y risueñas
y ninguna se ataranta
en las lides del casorio.
¿Conocer una quedada?
Todas tienen ya marido
y prendido a su solapa.
Los hombres pueden tañer
con ardor una guitarra
y cuando toman el vino
saben por donde tocarla.
Sé bueno con tu mujer
dale razón y esperanza,
pues si piensas en la ajena
se eriza la propia cama.
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