Escuchemos la voz de la inocencia,
sin que ningún orgullo nos lastime,
pues la pereza no ha de ser sublime
por si pasa revista la intendencia.
Tiempo tendremos de pedir clemencia
si acaso nos sorprende y nos deprime
que en nada beneficia a quien oprime
ni refuerza tampoco la elocuencia.
Si como niños que recién nacidos
apenas demos temerosos pasos
dependientes lo somos al instante,
tanto que terminamos deprimidos,
seguro, maldiciendo los fracasos
que ni dejan mirar hacia delante.
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