Luz y sombra tenía -tal vez- mi fe suprema
en causa balbuciente
y fue creciendo así sin amargura
el paso caprichoso de mis días
y luego en el ocaso
fue antorcha y luz de todos mis teoremas.

Pero esa luz jamás cegó mi fuente
ni el brillo rutilante de la luna
y quiso… suavemente
iluminar mis noches mas serenas…
y al toque de las horas
así como ninguna
suavizó las coronas de mi frente.

Luz y sombra tenían los avatares
del sol por la mañana
y siempre en especial policromía,
temporal, serena y fría
marcaba las horas singulares
del yugo patriarcal de cada día.

Y luego esa luz se fue encendiendo
como antorcha solitaria
y en cada noche de mi vida aciaga
fustigó la pasión de mil quimeras,
y al agua cristalina de las norias
y al suave palpitar de tantas cosas.

Y las sombras hirieron mi pasado
de juventud pomposa
y supe entonces distinguir
el paso de la oruga que se arrastra
del vuelo de la linda chupa rosa.

Y entre sombras puntuales, tenebrosas,
me invitaron a gozar del vicio,
en noches desgajadas de pasiones
de la caterva urbana…
en la urdimbre plagada de ilusiones.

Y no caí al hondo precipicio
no por virtuoso
a pesar de la trampa cegadora
que rompe voluntades,
lo dije ayer y lo repito ahora
sin miedo a las verdades…
Fue en mi nueva hora
librada la inocencia
del alma que respira castidades
por una mano santa y salvadora.

Luz y sombra tenía cada sonrisa
de las nenas de mi pasado airoso
que con ternura limpia
me regalaron el fuego de su prisa…

La nueva luz, ahora apasionante,
me sacó del camino de las sombras
en la alcoba nupcial
y con el toque limpio de su vientre.

Y en esa luz ferviente ya sin sombras
restañé fervoroso las heridas
del cuerpo fatigado,
y así pude pulir las ilusiones
a veces incumplidas
de la mancha borrosa del pasado…
y así limpié triunfante lo negro de mis días.

Julio Serrano Castillejos