Trompo y yo-yo tenían en mis abriles
los juegos tan precisos
del tiempo levantisco de mis días
y en las aceras ante el sol crujiente
pasaron las sonoras
campanas de los vientos
y el juvenil momento de mis horas.
En cuatro ruedas patinaba fácil
y luego solitario
rugía el pavimento entre mis piernas
y el corazón se iba
en suave vuelo y tal vez gracioso
al fondo de mi calle
en explosión audaz y sin salida.
Las esferas de vidrio
teñidas de colores fascinantes
brillaban como soles
y entre los dedos iban
a romper el espacio mas sereno
y con sus amplios dones
chocaban entre sí sin achatarse
las gráciles canicas.
Era mi infancia ágil y secreta
sin tonos de avaricia
y en el correr de las semanas era
como en el altar sencillo
la trepidante ofrenda
que el pulso de las piernas acaricia
en una hermosa y rodante bicicleta.
Jugaba con los botes de conservas
sonoros y vacíos
a darles enjundiosas mis patadas
y en singular carrera
salía la muchachada
a encubrirse a pasos y zancadas
al grito de “me escondo y no me encuentras”.
Muy cerca de mi casa
visitaba las amplias vastedades del tendero,
con cohetes, chinampinas, buscapiés,
de goma las pelotas,
de plomo los soldados
y de nogal mi mítico balero.
Y en mi hora buena
de transitar la ciencia tan hermosa
jugué con microscopios en la escuela
y vi la inmensa pequeñez del cosmos
y luego el éter
abriendo los oídos al espacio
lo surqué con los radios de galena.
Y en mis galanas mocedades, buenas,
de mis años rumbosos y felices
tuve en la escuela mi primera historia
al jugar a novios con Magdalena.
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