Libro y letras tenía mi sentimiento
de aquellos litorales
que ruedan con la noche como esclavos
y mueven con el viento
cortinas colosales,
la sed del pensamiento
para leer los cantos
de bardos y poetas magistrales.
Y con cuanta ansiedad
cayeron en mis manos
los cuentos de Perrault, La Cenicienta,
las luchas más feroces de la ciencia,
La isla del tesoro,
de Gulliver sus viajes
y en todos los recodos del camino
de la Roma sus brillos y sus oros.
La Iliada y La Odisea
pulieron con delicia al pudibundo
telón de adolescente
de aquel mi pensamiento
lacrado por la plática optimista
de un maestro conocedor del mundo
y supe sin sosiego
entonces navegar el firmamento.
También leí El Quijote
y pude cabalgar con Rocinante
y era mi paz supina
la del barbado caballero andante
y deshacer entuertos
y proteger doncellas
se convirtió en mis tardes
en huella de mis viajes siderales.
Los libros fueron siempre mis amigos
la luz electrizante de mis noches,
los santos caminantes
que me llevaron de la mano siempre
al mundo de los sabios
y fueron además fieles testigos
de mis sueños tejidos en la almohada
y en todos los caminos.
Soñé muchas quimeras
en noches de lecturas prodigiosas,
de oasis venturosos,
de ventiscas en los polos,
de marismas increíbles y de luchas
con decoro de leones y avestruces.
Me escudo en esos libros,
en sus letras surgidas de los montes,
en todos sus acentos
y en la verbena audaz de lo que siento
al avanzar sus páginas dolientes
con las lágrimas secas por el viento.
Y supe de Bertoldo Bertoldino y Cacaseno
y volé con Aladino y su recio genio
y pude pedirle temeroso
las carabelas de Colón y el mar sereno
de un nuevo mundo
y trotar como caballo errante por el Potala
en esta fiebre de rabia y firmamento.
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