Habituado a mirar por las rendijas
como disfruta siempre el poderoso,
no quiero que me acusen de tramposo
si descorchar me vieran las botijas.
Aunque no creo que las reglas fijas
del tormento me dejen muy airoso,
pues ni a cubierto con la piel del oso
mis tripas dejarán de ser canijas.
Ojalá que mis lágrimas no fuesen
un reguero de sombras pasajeras
y de estrellas fugaces por el cielo,
que quizás envidiosas estuviesen
porque aspirando a rico muy de veras
morir pudiera sin cumplir mi anhelo.
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