Si acaso el cielo pueda definirse
como tranquilidad de la conciencia,
necesario se haría la paciencia
tanto como en el sueño no dormirse.
Quizás pueda uno solo sumergirse
en los grandes secretos de la ciencia,
pudiéndose ahorrar la conveniencia
de que fuera un deber el extinguirse.
Pues quien acusa al cuerpo de culpable,
tratando de engañarse todavía,
es la mente que nunca se despierta
mostrándose de forma detestable
porque quizás responda a su manía
de no dejar ninguna boca abierta.
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