Evidentemente, no todos los poemas
hablan de cisnes en los lagos y de
tórtolas dormidas ni de la deleitosa vida
de ninfas encantadas en el bosque.
Los hay de profundidad sin huella
casi como chancla de campesina
y así mismo de corte muy ingrato,
sin alternancias cristalinas e inclusive
como revés de tenista ya cansado.
Evidentemente, no todos los poemas
nos endosan aureolas y flores perfumadas
ni maitines en ventanas misteriosas
y voluptuosas vestales casi desnudas.
Los hay secos, como tos de minero
y pajizos como carreta de rancho viejo.
He escuchado poemas con sonido de
hoja de lata y otros como salidos del
cubo de un herrero matando garrapatas.
Evidentemente, no todos los poemas
nos describen caléndulas doradas
y suspiros cautivos en la noche y aún
menos los nocturnos de suaves desvaríos.
He leído poemas con la sonoridad
de una puerta sin aceite en las bisagras
y otros, muy siglo veintiuno, audaces
como un toro de lidia a puerta gayola
donde se atormenta la lógica y no los
entiende ni la señora madre del autor.
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