Yo sé a quien querer a quien uncirme
en las cuerdas sonoras de la vida
y al soplo de los vientos bien medirle
la caída de las hojas
y encender mis mil congojas
al brillo de la tarde adormecida.
Sabré además sentarme en la penumbra
a ver pasar el hilo de la vida
y en el sopor creciente
de las noches llorosas y abismales
acudiré a la fuente
donde pulen los limpios talismanes.
Sabré también llenar las albas copas,
el muro de graciosas primaveras,
la nave que se hunde
con lágrimas santas y primeras
que iluminan el crisol cuando se funde
la arena con la ardiente tolvanera.
Sabré hundir mis naves borrascosas
si me llevan a puertos de vehemencia,
batir así las alas
al volar seduciendo las montañas
donde yacen las sombras,
los altares y el orden de las cosas.
Podré acomodar mis soledades
en el cáliz amable de los tiempos
partir hacia la nada
sin dolor, sin tristezas ni lamentos
y entre notas sentidas, funerales,
si, llevarme esa luz de tu mirada.
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