Capa y flores tenía aquel torero
cuajando su faena
y el toro lo miraba ensimismado
pisar candente arena.
La plaza trepidaba de emociones
y el tipo caminaba
cruzando los talones,
irreverente con pasión desnuda
y en su limpio percal
cosida su figura.
Oro y plata tenía la simetría
de la fiesta pintada de escarlata.
Sentada en los tendidos
sonriente multitud de mil miradas
y en el portal de ardiente algarabía
los toque del clarín
y los timbales finos
poblaban el bullicio irreverente
de todos los letrados
y de la simple gente.
¿Y cómo administrar tanto peligro
de topes y cornadas?
La multitud de suyo emancipada
miraba con desdén
las gestas naturales de la lidia
y cerca de la suerte
rugía ante el hilar de nuevo drama
y el fino molinete
era el cedazo
y un nuevo caminar hacia la muerte.
Y luego las navarras circulares,
serpentinas, gaoneras,
la larga cordobesa
y puesta la emoción en los tendidos
sin perderle movimientos a la faena.
Caballos bien vendados de los ojos
con un jinete y pica
acosaban al toro
y herían sus carnes
para sangrarlas con crespones rojos.
Después de banderillas
crispábanse los ánimos del foro.
La muleta, franela de alborada
zurcía los placeres de la plebe
y palmo a palmo el toro
metía la cabeza
con singular fiereza
en el trapo rojo sin desdoro.
Capa y flores tenía también la suerte
del toro y sus fatigas
y a media luz las coplas
con toques andaluces
brindaban por su muerte.
Cuanto decoro
en la fiera que herida ya se entrega
doblando la cabeza
y arriba el amplio foro
con cálida emoción aplaude el drama
y ve morir al toro.
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