Labrad la tierra,
poned el hacha al servicio de la ciencia,
caiga la espiga como espada inerte
y fluya por el río
de sus peñas el colosal torrente.
Poned las horas y la señera fuente
a la orilla de la playa tamizada
y cante luego el horizonte
su canción desesperada
como aviso inconsútil de tu suerte.
Romped, señores labradores
el surco de la tierra y sus contornos
para saciar el hambre de los siglos,
poned el pan en los pulidos hornos
y el corazón en el nido de los mirlos.
Soñad con nuevos mundos
donde surjan abrazos señoriales,
bebed el agua santa
en la corriente azul, arrebatada
de los claros y limpios manantiales.
Dadle de comer al niño hambriento,
tu apoyo a los senderos
y siempre de beber a un sediento
y asiste a los llorados funerales
a encender los humeantes pebeteros.
Romped las injusticias
con razones y siempre con mesura,
buscad en los caminos
de la vida sus múltiples delicias
y del amor vehemencia y cuadratura.
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