La noche se hizo larga y no dio tregua
porque entre sombras grises y temidas
de empecinada forma rodeaban
mi piel nocturna y sus contornos.
María regresaba de besar el cielo
con todas las caricias envueltas en un pañuelo blanco,
con todos los silencios en alerta
sabiendo que algún día
más temprano que tarde
las cosas del amor,
se harían causa y consecuencia.
Por eso no reía.
María es la ternura y la cara alegre
de la misma tristeza
la dulce dama del oeste
la que siempre me acoge,
me mira, me desvela.
también me abraza y me consuela.
María no es la eternidad
ni el ocaso, ni siquiera
una parte del tiempo
En su pañuelo blanco
el llanto no ocupa un lugar concreto
ni el misterio se cosifica para hacerse breve.
Su mirada de niña
sus ojos negros
su talento y quietud hace que los sueños
no sienten pena
ni se van al sur del arco iris
en busca de otro rostro.
Ella, toda ella me piensa
sin guardar las formas
pero luego se marcha a su propia identidad
porque María es la mano tendida
que no falla
es el mismo ser hecho principio,
camino y senda,
horizonte, Utopía,
ventana abierta
sentimiento amoroso
y con su pañuelo blanco se despide
sin dejar un rastro cierto
ni una señal , ni huellas
porque María no cabe en los conceptos
Ella se fue sin decir nada
Pero la espero, siempre la espero
con su pañuelo blanco.
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