¿Quién ronda a estas horas mi cabeza
que de tanto placer igual se asusta,
pero que a mis sentidos tanto gusta
le acaricien su cuerpo con franqueza.?
Si hasta el rey se la juega de su alteza
y a la ley del amor ni dios se ajusta,
¿cómo puede existir quien se disgusta
que hasta las musas usen su destreza?
Nada fuera tan fácil si al besar
mi boca tan callada y sigilosa,
no pudiera seguir su dulce rastro
sin tener que admitir y sopesar,
para el alma tarea tan tediosa,
como es el desamor duro que arrastro.
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