Selva y juncos tenía mi mansedumbre
en el claro camino de mi tiempo
y luego peñascales
forrando las salidas del sendero.
En esa vastedad que me avasalla
tan cubierta de yerbas y breñales
fui centinela
de delicias, virtudes y terrores
y de besos y abrazos fraternales.
Y cuanta soledad sentí sin miedo
en el camino oscuro, sin señales,
en el remoto valle,
en la sombra hiriente
y en los temibles ocios funerales.
Y la selva me atrajo con sus grillos,
sus cafetos y dulces soledades
y en ese caminar
de mansedumbre
del tiempo que respira lo imposible
corrí por los pasillos
de llanuras y amplios rastrojales.
Y hoy me quedan nada más los juncos,
el cierzo de mis canas,
el brillo de la lumbre,
de la selva sus vastos litorales
y por supuesto
el ansia loca
de arrojar al mar
el recuerdo de aquella mansedumbre.
|