Apenas respiré tranquilo cuando
me despertó mi propia carcajada,
tanto que al ver torcida la almohada
pronto me vi sin voz y estornudando.
Hubiera preferido estar andando
por cualquier alameda abandonada,
por la cual una prófuga enfadada
se burlara del mundo criticando.
Nunca fue mendigar a Dios la suerte
al hacer mi trabajo bien despierto
en medio de la mar con sus tormentas,
pues podría encontrarme con la muerte
o regresar a tierra casi muerto
al esquivar las olas más violentas.
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