Tundra y cielo tenían mis simbolismos
en los ochenta abriles de mis días,
sin sombras, sin deslices,
con viejos arreboles
y en esas simetrías
encanecido encendí mis fastos cataclismos.
¿Volver a mi pasado
cuando el tiempo alegre me decía
avanza por la noche,
recorre el cielo
y luego con derroche
camina en los senderos
y siembra en el camino las cruces sin enfado?
Soñé al mar, los horizontes,
a las barrancas labradas de conciencias
y a las madres sin penas en el mundo
y en ese cabalgar del pensamiento
pinté a la luna de colores
y pude reinventar mis sentimientos.
Tundra y cielo tenían mis años idos
escondidos alegres en la bruma.
Recostado en la palma de mi mano
miré pasar al tiempo,
dejé morir la tarde
y en esa levedad que se me esfuma
tal vez soñando… me quedé dormido.
Tiré al mar la tónica tristeza
y el rosario de penas volanderas,
las culpas, los pecados capitales
y las cargas de todas mis flaquezas.
Ochenta abriles son como un buen vino,
medalla al pecho
y hoy en este caso, un pergamino.
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