Llegó un ángel hasta la Tierra
con una divina misión que cumplir:
promocionar la paz y no la guerra,
¡Qué barbaridad, era mucho pedir!
Dialogó con los niños y mujeres,
se acercó a los jóvenes y ancianos,
escuchó sus opiniones y pareceres,
desgraciadamente todo era en vano.
Entonces se acercó a los poetas
y les pidió hicieran versos de paz,
surgieron muchos, hubo respuesta
y un tiempo tranquilo, pero fugaz.
Nuevos conflictos aparecían,
el ángel desesperado ya estaba.
Los necios su misión entorpecían
y la vulnerable paz se esfumaba.
Entonces se acercó a los músicos,
les pidió muchas canciones de amor;
la gente las repetía como pericos,
pero la situación cada vez era peor.
Muchos morían en campos de batalla,
huérfanos quedaban numerosos niños,
por doquier se escuchaban metrallas,
¡la muerte paseaba por los caminos!
Entonces se acercó a los pintores,
les pidió imágenes de prosperidad.
Cuadros hubo así, de muchos colores
pero no había paz. ¡Qué calamidad!
Las ciudades eran duramente devastadas,
las bombas estallaban por aquí y por allá.
Aquel ángel nada de bueno podía lograr,
en un mundo plagado de tantos canallas.
Llegó entonces con los presidentes,
a ellos les solicitó entendimiento.
Unos le dijeron loco y petulante,
otros sólo se rieron del pedimento.
El ángel rasgó sus blancas vestiduras
y a los incrédulos mostró su piel.
En su rostro se adivinó la amargura
al fracasar en su misión de bien.
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