Anca y crines tenía mi fiel potranca
tan suave como el palio de la noche
y en su trote ¿quién la oyera?
cual ritmo de tambores en derroche
subía las pendientes de los montes
y alegre en las llanuras descansaba.
La quise de verdad como a ninguna
por sus ojos majestuosos
y su andar en las veredas
sus orejas puntiagudas,
su paso tan garboso en altas cumbres
y su nombre oaxaqueño, “La Zandunga”.
Y sus belfos mis botas las besaban
en los descansos febriles de mis tardes
bajo la sombra de los altos sauces
y de mi mano tomaba las caricias
con embriaguez de estrella solitaria.
“Zandunga”, te oigo relinchar
en el espejo febril de cada noche
y presiento el arenal de mil caminos,
el vaho de tu aliento, tus ancas
y tus crines graciosas como el viento.
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