Yo pude bien cantarle a las fugaces
y más felices notas del ensueño
y ser en tu ventana el nuevo dueño
de las cosas de tu ser
y tus voces tan dulces y locuaces.
El dueño de las sangres ancestrales
de flores en aquellos tus jardines,
el dueño de traviesos serafines
en tu fe sumisa
al cumplirse sagrados esponsales.
Subir a la pradera placentera
al ver volar tu falda vaporosa
y en pasionaria adoración preciosa
del toque del destino
besar tu boca, tan roja y hechicera.
Yo pude bien soñar galanterías
tan blancas como hermosas mariposas,
subir al edén de lindas cosas
en buena hora
como un arcano azul de idolatrías.
Y bajar en las horas borrascosas
al sufrir los deslices más fugaces,
combatir las miserias y rapaces
¿quién lo dijera?
entre espinas, penurias y mil rosas.
Y ayer… sentí con mí sufrir incierto
el diseño de tu alma solitaria,
la voz eterna y tal vez plenaria
de un eco maternal
profundo y amplio, como un concierto.
Yo pude bien hurtarle a la tristeza
los pesares más hondos, turbadores,
rendirme al viento, audaz y sin temores
con mi suspiro
cantarle de ansiedad a tu belleza.
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