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Frutos y alma

Frutos y alma tenía mi amado pueblo
de las horas furtivas del pasado
y en los astrales
de noches tan inquietas
marché con nuevo aliento y gran empeño
hacia los cuatro puntos cardinales.

Era mi pueblo, puro como el cielo
donde vuelan los jilgueros
y en las tardes brillaban a lo lejos.
Sus carretas de bueyes desfilaban
y en los ríos la luna iluminaba
a los grillos nocturnos, vocingleros.

Las mujeres, perfumadas,
eran, si, los vapores de mi ensueño
y su exquisito talle
la poesía más infinita de mi anhelo
y cuando supe paladear amores
oficié la alquimia de los cielos.

Eran frutos divinos de mi pueblo:
los silencios caprichosos de sus tardes,
las campanas de la iglesia,
las virtudes singulares
y los juguetes de barro de los niños,
las bocinas de los coches
y tal vez las mil facetas y derroches
de sus casas y sus fuentes.

Eran frutos también las madrugadas
del desvelo de fiestas con marimbas,
el café con empanadas
las mujeres enfundadas
en faldas que mecían como hamacas
las lloviznas de la noche
y en el pelo lindos broches
de las nenas que salían muy bien peinadas

Frutos y alma tenía mi amado pueblo
en las puertas de madera del tendero,
en la oficina tan discreta del alcalde
en los gritos del nevero,
en la falda vaporosa y muy señera
de la niña tan coqueta
y en el paisaje azul y mañanero
de la montaña, en los lirios y senderos
de mi pueblo transparente y dominguero.







Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 07-01-2019
Última modificación: 29-09-2019


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