Si, quedó muy lejano el pensamiento
de las cosas más apetecidas
cuando eran mis noches y mis días
tan suaves y dulces como el viento.
Soñaba lunas encantadas
y mi ventana se cerraba sola
la almohada de mi madre, perfumada,
acariciaba mi mejilla
y en esa soledad tan soberana
de niño que perfila el sentimiento
a solas, yo lloraba.
Mi nana la puerta me cerraba
y un rayo transparente
tocaba los espejos de un lindo mueble
y se posaba muy travieso
en mi pequeña frente
y entonces el tiempo se eclipsaba.
Un duende azul de orejas grandes
entró por la ventana
de pantalón bombacho y de camisa roja
y dio de saltos hacia el ropero
y fue el primero en tocar mis ojos:
entonces vi bajar del cielo
a las que quise tanto
a mis dos abuelas y muy contentas.
El duende, con tres piruetas
se posó en mi cama, sacó un pañuelo
y me secó las lágrimas de tan dulce sueño.
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