¿Cómo podré dejar la vida
sin temor, con alegría
en estos tiempos de calma
con la leyenda de mi alma
en el resplandor de la aurora
sin mi casa y su terraza florida
sin mi esposa que besa en mi frente
los manjares que diome el oriente
sin mis maestros y amigos fraternos
y aquellas aves que toman el vuelo?
Sin mirar el cielo
que viera los pasos del tiempo
cuajado de garzas tan blancas y el campo
de lindas perdices volando laderas,
y los maizales repletos de dramas
con sus matas y árboles verdes
y los nidos pintados de tardes.
¿Dejar acaso las voces
de las vendedoras de frutas
del complaciente mercado del pueblo
donde compro las flores
de invierno y mi elegante sombrero…
dejar el sonoro guijarro que rueda
en el río donde lindas mujeres
lavaron la ropa y blancos manteles?
¿Irme en una mañana
cuando llega el cartero a mi puerta
y deja los sobres con letras de una tierra añorada,
tal vez de una hermana risueña, de un compañero
de escuela o de una amiga lejana…?
Por eso me aferro a la cama,
a la mesa, al farol de la esquina
y a la torre que guarda la vieja campana
al huir de la ingrata Catrina que anda buscando
a sus clientes y que le pela los dientes
al que adusto le enseñe la cara.
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