Tengo un jardín de lindas flores
sembrado por mi esposa,
siempre en mi casa
con su vientre y sus dolores
y hablan como yo, como mi raza,
son cuatro tallos que crecieron
sanos y muy enhiestos
y tienen a sus hijos tan traviesos
como lo fuera este pobre viejo
en sus años lejanos de la infancia.
Esos cuatro tallos tan ufanos
me dan sus sonrisas y sin prisas
me conducen al vergel
siempre soñado y construido
con esfuerzos, con amor y con sus risas
a donde moran para darle al mundo…
su trabajo soberano, al vecino
una mesa con comidas deliciosas
y al pobre que se acerca a su casa,
su estrechada mano, un abrazo
o tal vez, de su mesa el pan y el vino.
Los tallos de las flores que sembré
son mis nietos: seis mujeres,
dos varones con mi frente
y por supuesto amplios dones
tienen ellos
en sus típicas sonrisas
y en los mágicos pendones
que prendidos a sus cuerpos
llevan ya con emoción, con alegría,
pues son discretos estudiantes
de los buenos y además de ensueño
y en las fiestas bailadores y tragones
y también muy pizpiretos.
Mi jardín no tiene sombras
ni tampoco tiene nieblas,
es más verde que los campos
de la vieja Andalucía
y en cuestión de amores
truenan fuertes sus relámpagos
y retumban sus amores
en las noches y en el día.
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