Me transporta la cadencia de la música
a zonas del edén y a los vitrales
de las copas de Murano,
a las selvas del arcano y al campo azul
que hizo Dios para amar a tiempo al
arco iris, al mar, al cielo limpio, a la esposa,
a los destinos, a los hijos y a un hermano.
Sin música el mundo sería mudo y muy
triste, oscuro como doliente cárcel que
se viste de miserias, tal vez un nido sin
sus aves, y ya lo sabes, como un secreto
revelado a voces en la niebla más opaca.
La música se viste de diamantes en
las noches y a veces refleja sus oropeles,
adorna con sus brillos a las pieles
y es el lujo de las almas más divinas
en las bodas, en las fiestas de las niñas,
en palacios de orientales mandarines
y en sus notas se esconden desengaños,
amores castos, traiciones y dilemas.
Con música marchan los soldados en
las fiestas septembrinas de mi patria
y las quinceañeras bailan con bordados
en salones perfumados y se entonan
himnos en estadios muy bien iluminados.
Es la música el derroche de las fiestas,
el regalo de un presente muy optimista…
alma de un toque siempre folklórico
y la cauda del fantasma de un artista.
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