De una sonrisa y un beso, de un diluvio de rosas y una tormenta de pasiones, surgió el perfume del adiós.
No supo distinguir entre un hasta pronto y un hasta luego, ni supo diferenciar el sustantivo amistad del verbo amar.
Desde esa tarde, el perfume del adiós se esparció por toda la faz de la Tierra.
Para pasar desapercibido, se confundió con los aromas comunes de la gente, los animales, la naturaleza y hasta aquellos propios de los simples objetos.
Subió por las montañas hasta alcanzar el firmamento y de allí, robó una estrella, con la que descendió hasta los verdes valles y los polvosos desiertos.
El perfume del adiós sólo detuvo su loco vagar hasta que encontró las azules aguas de los mares.
En lo más profundo e inaccesible de ellas, escondió el lucero que entre sí llevaba. Se deshizo de su estrella, dejó ahí su tesoro.
Resignado, volvió a la superficie de la Tierra. A la vera de los caminos por los que cruzó, dejó las huellas de su inmensa tristeza y sembró los recuerdos idos, las experiencias pasadas.
El perfume del adiós no supo distinguir entre un hasta pronto y un hasta luego, tampoco supo diferenciar entre el sustantivo amistad y el verbo amar.
Nació de una sonrisa y un beso, de un diluvio de rosas y una tormenta de pasiones.
Si acaso encuentras tú al perfume del adiós, apártate de él o enrarece su esencia con el elixir de la razón.
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