Imposible, imaginar el mundo sin ustedes,
esclavos de sus amos o libres como el viento;
son imprescindibles, eso me parece,
para ofrecernos compañía y esparcimiento.
Y entonces, si son ustedes nuestros amigos,
¿por qué no escribirles aquí una poesía?
No hacerlo sería algo así como un castigo
y creo que ninguno se lo merecería.
Me atrevo, pues, a ser enjuiciado
ante los ojos del mundo sapiente,
dejaré por un rato el romanticismo a un lado
para versar sobre ustedes, también inteligentes.
Son varias las cosas que bien les reconozco:
no son racistas ni establecen diferencias,
tienen por virtud ser siempre generosos,
alejados de ruines y desleales competencias.
Lamento que muchos sufran viles maltratos,
que deambulen perdidos por ciudades o pueblos,
enfermos, tristes, hambrientos, muy cansados,
ojerosos, por no conciliar un buen sueño.
Me alegro por los que viven bajo un techo,
que son queridos y esperan comida segura;
sin duda, son afortunados en todo esto
mientras a sus amos la bonanza les dura.
Ojalá un buen día, las personas aprendamos
a ser como ustedes, amigos perros:
leales, generosos, nobles y muy dados
a brindar compañía sincera. ¿Será esto un sueño?
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