Del árido desierto llegó el siroco
secando, de raíz, los viejos tallos,
en mástil convirtiendo agrietado,
el leve tronco de la flor de otoño.
El viento convirtió todo en desierto, solo arena,
y piedra se fue haciendo el alma helada
como coral que al viento sé caliza
en la inmensidad de los mares sin canciones.
Seca arena del siroco del desierto,
desierto que no sabe de praderas
y menos del gemir de un alma dolorida
que refugio busca en el silencio.
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