Todas las tardes, la misma escena:
pasadas en el reloj las cinco,
en la cafetería lucen las mesas llenas,
ni un sólo espacio para sentarse.
¡Cuántas historias allí se platican!
Religiosamente, los parroquianos del café
cuentan chismes, chistes y cuitas,
amores y traiciones, mil cosas para saber.
Entre sorbo y sorbo al espumoso capuchino,
se arregla y desarregla el mundo,
se juzgan reputaciones sin mucho tino
y se alardea de ser filósofos profundos.
Al café, acuden ejecutivos y funcionarios,
estudiantes de comercio y bachillerato,
periodistas y del clero, algún dignatario,
artistas, señoras y licenciados.
Diario, la escena se repite en el café,
los parroquianos cuentan ahí sus cosas,
van más allá del clásico
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